domingo, 25 de mayo de 2014

Mi reflejo en el espejo

Llegó el momento de pararme frente al espejo. Ya no puedo pasar más por delante y hacerme el desentendido. No suelo detenerme a contemplar y reflexionar, me atemoriza pensar de acá a un par de días más. Freno el ritmo y me reflejo en los cristales. Me veo. Veo 1,66 metro de miedo y confusión; unos brazos débiles y unas piernas cortas; una boca con dientes y labios grandes pero que dicen pocas cosas; unas orejas prominentes para escuchar más de lo que hablo y por último están mis ojos: marrones, pequeños pero intensos. Veo ganas de llevarme al mundo por delante, de vivir cada día como si fuese el último y de no crecer nunca. Me cuesta mirarme, la culpa y remordimiento me nublan la vista, me persiguen tanto en los sueños como cuando estoy despierto. Mis ojos perciben sólo los colores rojo y blanco, mi mirada tiene forma de pelota de fútbol, no llega más allá de un arco y el horizonte es el barrio de Nuñez. Veo un cuerpo perfecto, tallado por practicar todo tipo de deportes, con algunos moretones, esguinces, cicatrices y varias fisuras, “gajes del oficio” digo yo. Veo muchos amigos entre mis brazos que me sostienen y una familia soñada que me banca todas. Me muevo con rapidez, siento que estoy perdiendo el tiempo, lo mío no es meditar, sino que actuar sin importar las consecuencias. Me cansé, me doy media vuelta y me voy. Soy cobarde, lo se, por eso mi reflejo me persigue como un perro a su hueso.