Era una húmeda
mañana de junio. El piso patinaba, las hojas cubrían las veredas y el sol se
esforzaba por salir detrás de las nubes espesas.
En una calle no
tan céntrica del barrio porteño de Villa Crespo, rodeado de casas, talleres de
autos y fabricas de todo tipo está él: Delio Garcia, un sureño de nacimiento
que trabajó de cuanta cosa se le presentó, tuvo una situación económica muy
buena y hoy, con 77 años, vive hace seis en la calle.
Con seguridad en
sus palabras y una clara necesidad de hablar y establecer un vínculo con otro,
Delio admite que lo que le sucedió a él fue una “mala administración
económica”. En un principio trabajaba en el rubro automotor, arreglaba motos-
llegó a tener seis- y era reconocido por su labor. “Por la avenida Honorio
Pueyrredon y la calle Antezana todos me conocían”. Luego se dedicó a la
refrigeración, tarea que no le fue sencilla y que tuvo que aprender y pagar por
roto.
Rodeado de
chatarras, carros, cartones, restos de comida, ropa, utensilios, un baul lleno
de libros y un tacho con leña y fuego que funciona como horno y estufa, Delio
ocupa casi 20 metros de la calle Coronel Susini al 2200. Justifica su
residencia actual alegando que la casa sobre la que está apoyado se encuentra
en litigio y es propiedad de la iglesia. De modo tal que “no molesta a nadie”.
Es más, no solo muchos vecinos se acercan diariamente a darle algún tipo de
ayuda, sino que la misma policía le dio un regalo en el reciente Día del Padre,
el pasado 21 de junio. Rápido como pocos, remarca: “Ojo, yo no soy ningún
alcahuete”.
Atento a la
realidad político social, evade con inteligencia y altura la pregunta sobre a
quién iba a votar en las próximas elecciones a Jefe de Gobierno en la Ciudad de
Buenos Aires. Eso si, exhibe su documento nacional en perfectas condiciones y
resguardado en una bolsita de plástico- y acompañado de la credencial para
acceder de forma gratuita al Centro Teatral de Buenos Aires- que finalmente
guarda en el interior de su desgastada campera de abrigo.
Su aspecto es el
típico de una persona viviendo en la intemperie, sin embargo su sapiencia y
cordura “da vuelta” a varios que viven con los mayores lujos y comodidades.
Este abuelo que
percibe la jubilación mínima, revela con felicidad el momento en que se dio
cuenta que podía comprarles libros a los cartoneros por muy pocos pesos, en un
intercambio en el que ambos quedaban felices. “Para ellos es un papel más, para
mi un tesoro”, dice García, quien admite haber leído La Ilíada, saber francés y
no tener más espacio para guardar libros.
Eisenstein, Aníbal
Troilo, Beethoven y Mozart son algunos de los nombres que salen de su boca que
parece haber recorrido varios países del viejo continente en sus referencias a
la historia mundial, donde critica al desempeño estadounidense y destaca al
pueblo judío, “sufrido pero sumamente inteligente para reconstruirse”.
“Si la
Municipalidad viene a sacarme debe hacer un inventario de todas mis cosas y
guardarlas en un deposito”, dice y demuestra, una vez más, su atención a las
leyes. Respecto a la asistencia del gobierno de la Ciudad- quienes lo visitan
cada dos semanas- la compara con un analgésico para el dolor de cabeza, “se va
el dolor por un rato, pero después vuelve, no son soluciones de base”.
Delgado pero
fuerte, Delio admite que es naturista y que casi nunca ingiere carne. “Si como
no puede ser tira de asado y no debe tener grasa”. Conocedor de la tradición
oriental y del dicho del padre de la medicina moderna, Hipócrates, "que tu
medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina", cuenta que su dieta
es a base de arroz con caballa y unas gotas de limón. Este fanático de las
frutas y verduras destaca entre sus preferidos a las legumbres y el mijo. Y eso
no es todo. Con 77 años este hombre no consume ni una medicación ya que dice
que no las necesita.
Si bien tiene una
hija, con la que se comunica “cada tanto”, ella no sabe de su situación ni
tampoco él quiere contarle. “No quiero limosnas de nadie”, dice a la par que
relata que ella vive en Brasil, donde formó su familia. Destaca además que la
situación de los “sin techo” en el país vecino es aún peor y que la calle allí
es sumamente peligrosa.
Finalmente, sin
querer hacer apología de su situación, con la esperanza de poder ahorrar dinero
para conseguir un buen lugar donde vivir, Delio reflexiona sobre el destino de
la humanidad y los bienes materiales: “Gandhi cuando murió solamente tenía
puestas las sandalias, el bastón y su rueca… los genios no nos llevamos nada”.
Fiel a sus pensamientos y filosofía de
vida concluye: “Por un lado está el bien y por el otro está el mal. Yo elegí
hacer el bien”.