miércoles, 8 de agosto de 2012

Fuera de los límites del amor

Todo comenzó una fría tarde de abril. Recuerdo el llamado del jefe de trabajos prácticos comentándome sobre la muerte de Bruno Herrera, aquel buen alumno y colega. Al principio sentí una profunda impotencia por la pérdida de una mente brillante, sin embargo me invadió la tristeza por perder a un gran amigo.
A unos kilómetros de la ciudad se encontraba “El Campo del pilar”, lugar donde se despedían los restos de Bruno.  Me acerqué al cajón para terminar de convencerme de que era real. Fue en ese instante que conocí a aquella persona que me abstrajo del mundo en el cual me encontraba. Rebeca; mujer de distinguida presencia, aunque de perfil bajo. Sus ojos llenos de tristeza me cautivaron como el canto de la sirena a los marineros de Ulises. Me presenté como el profesor de su hijo y le ofrecí mis condolencias.
Desde esa tarde no la pude olvidar. La busqué en cada rincón de la vida, la imaginaba entre los murmullos de la gente y en los sueños, donde era dueño de su presencia.
Una mañana helada de junio murió Roberto Herrera, hermano de Bruno. La ciudad estaba conmocionada y aturdida. Intenté personificar una tristeza, pero la alegría de volver a ver a mi amada fue mayor.
Rebeca estaba sin consuelo, lloraba en los brazos de su esposo. Esa imagen me llenó de furia pero al ver sus ojos llenos de lagrimas y dolor, me recordó el fuerte sentimiento  que ella me provocaba. Aproveché el momento en que se sentó en soledad, me acerqué y la tomé de la mano compartiendo su sufrimiento. Sus finas manos llenaban de calor mi viejo y estremecido cuerpo, que ahora se sentía joven.
En primavera no solo renacieron las flores y los colibríes, sino además, la felicidad de este amor. Había muerto Don Herrera. Ya nadie me impediría estar con mi Rebeca.
Pasamos buenos y dulces meses. Éramos dos viejos octogenarios viviendo fuera de los límites del amor, un amor que nada ni nadie podía prohibir… pero con el tiempo sentí que mi plan no obtuvo los frutos que quise cosechar. Ella ahora era feliz.
Tres muertes en vano, valija preparada, café a medio tomar y una nota que decía: “Me enamoré de tu dolor, del cual me hago cargo”.

Autoras: Barrios, Celeste; German Rieber, Daiana; Oberti, Milagros.

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