Pequeñas
y grandes. Cuadradas y rectangulares. Lisas y ralladas. Divertidas y aburridas.
A veces en “compose” con la casa aledaña o un rejunte de todos los materiales
posibles. En los barrios mas “paquetes” acompañan su elegancia. Así y de muchas
formas más, son las baldosas que llenan las veredas de la Ciudad de Buenos
Aires. Hay para todos los gustos. Sin embargo hay algo que no le gusta a nadie,
o a casi nadie: las baldosas rotas, flojas, que aparentan perfección y
prolijidad, sin embargo por detrás se esconde un obstáculo en el camino.
Soy
una persona pacifica, dentro de todo, y me encanta caminar por la ciudad
(cuando tengo tiempo). Es una buena forma de despejarse, hacer ejercicio y
respirar el aire puro. Sin embargo no hay nada que odieeeeeeeeeeeeeeeeeee más
que cuando voy caminando tranquilamente, mirando las fachadas, vidrieras o lo
que sea, pisar una baldosa floja. Ni que hablar cuando llueve y las veredas están
todas húmedas. Uno debe ir caminando despacio para no patinarse, y sobre todo,
para no pisarla con fuerza y recibir como respuesta un chorro de barro,
material de construcción u otra sustancia que se alberga en las profundidades
de ese hueco. ¿Y qué podemos decir de cuando uno está con la mejor ropa para
una ocasión especial?: Evita, si podes, esas baldosas, porque van a transformar
tu buen día, en algo terrorífico.
Otra
situación particular y muy caótica es cuando se produce una combinación de
varios factores: lluvia, hojas de los árboles caídas, excremento de perros y
para “rematarla” estas famosas baldosas flojas. Es una batido mortal. Uno tiene
que cuidarse de las cuatro cosas a la vez. Sin embargo muchas veces las hojas
camuflan la caca de los caninos y a su vez pasan inadvertida la baldosa traicionera.
Los resultados pueden ser varios y dependen del ritmo de la caminata. Si uno
viene rápido, casi corriendo y sin prestar atención al suelo porque se le va el
colectivo, el resultado puede ser mortal: pisada de caca, chorro de suciedad de
la baldosa floja y hasta caída en el piso. Finalmente uno termina sucio, ante la
curiosa mirada de la gente y sobre todo, con un humor de perros.
Como
se darán cuenta, no hay nada que me ponga peor que encontrar a estos
“especimenes” en mi camino. Como no puedo quitarlas de mi vida ya que no están
en la vereda que corresponde a mi casa, con lo cual no puedo intervenir para
arreglarlas, debí aprender a convivir con ellas: aprendiendo de sus costumbres,
donde suelen estar, donde son más populares y por donde se puede caminar
realmente en paz. Es así, entonces que tengo un mapa mental, un GPS, que dice:
“camine por la izquierda tranquilo, cerca de las paredes de las viviendas,
STOP, deténgase!, peligro: baldosa rectangular de cemento floja, siga su marcha
esquivándola por la derecha…”. Sin embargo esto funciona en aquellos barrios
que están configurados en el sistema, lo que significa que en aquellos donde no
habitúo debo tener extremo cuidado, cuatro ojos.
Es
por todo esto y muchas razones más que le quiero declarar la guerra a las
baldosas flojas, porque son algo que odio con toda mi alma y hacen salir lo
peor de mí. Son molestas para todo ciudadano y no hacen más que causar
problemas y malos días. Aparentan perfección, estar bien alineada con sus
compañeras vecinas, sin embargo las apariencias engañan. No creo que haya
persona que las quiera o apruebe y creo que somos muchos los que las
aborrecemos y deseamos que desaparezcan de la tierra. Declarémosles la guerra a
esas sucias y malévolas, traicioneras y poco amigables baldosas. Digámosle NO a
seguir conviviendo con ellas y SI a matarlas. Saquémoslas de nuestras vidas de
una vez y para siempre, así no volvemos a escuchar estos tristes y repetidos
episodios.
Para
más información: www.ledeclarolaguerraalasbaldosasflojas.com.ar
¡Se
agradece la difusión!
Comunidad
camine seguro.
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